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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[1396] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL RESPETO Y PROTECCIÓN DE LA FAMILIA, GARANTÍA DE LA SALUD DE LA SOCIEDAD

Homilía de la Misa en la explanada “Kawekamo Grounds”, Mwanza (Tanzania), 4 septiembre 1990

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Jesús dijo: “Éste es mi mandamiento: amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12).

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. A todos expreso mi gran alegría por gozar de esta oportunidad de celebrar la Eucaristía aquí en la región de los lagos de Tanzania. Agradezco al señor arzobispo Anthony Mayala sus amables palabras de bienvenida, y saludo con afecto a mis hermanos obispos y a todo el clero, a los religiosos y los laicos de la arquidiócesis de Mwanza y de las diócesis de Bukoba, Geita, Musoma, Rulenge y Shinyanga. Mis cordiales saludos se dirigen a vuestro estimado Gobierno y a los líderes políticos, así como a los representantes de las demás comunidades cristianas y de las otras religiones, y a todas las personas de buena voluntad.

En esta liturgia estamos celebrando de modo especial el carácter sagrado de la vida humana. El don de la vida viene de Dios y su carácter sagrado nos ha sido revelado en la santa institución del matrimonio y en la familia. Por eso, es justo que en esta eucaristía parejas de esposos y padres renueven sus promesas matrimoniales y que muchos niños hagan su primera comunión. De este modo, toda la familia se halla representada en el momento en que la Iglesia “gusta y ve qué bueno es el Señor” (cfr. Sal 33, 9) y se refuerza en la fidelidad y en el amor, en la presencia de Dios.

Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Éste es el mandamiento que Jesús dio a sus discípulos de toda edad y de todo lugar. Éste es el mandamiento que os da a vosotros, cristianos de la región de los lagos de Tanzania. Las palabras del Señor tienen un significado especial para los esposos cristianos. El sacramento del matrimonio consagra ante Dios y ante la Iglesia el mutuo amor exclusivo, fiel, y para toda la vida, del marido y la mujer. Es voluntad de Dios que esta sagrada unión exista sólo entre dos personas. Cuando un hombre toma por esposa a una mujer, promete darle su amor a ella sola. Ella, a su vez, le promete lo mismo a él.

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2. En la celebración del sacramento os decís: “Prometo serte siempre fiel..., amarte y honrarte todos los días de mi vida”. Al pronunciar estas palabras se establece un vínculo matrimonial duradero entre un hombre y una mujer. Por su naturaleza, este contrato matrimonial es santo e indisoluble. Es santo porque forma parte del plan del Creador para el mundo. Dios, desde el principio, al crear al hombre y a la mujer, quiso que el hombre dejara a su padre y a su madre y se uniera a su mujer, y que ambos se hicieran una sola carne (cfr. Gn 2, 24). Cuando Jesús dijo: “Lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mt 19, 6), confirmó esta verdad y enseñó que romper el vínculo matrimonial va contra el plan de Dios para la vida humana y el amor.

Jesús convirtió el matrimonio en un sacramento de la Nueva Alianza. Cuando dos personas bautizadas se casan, su amor fiel y para toda la vida se transforma en un signo efectivo y lleno de gracia del amor de Cristo, ese amor mayor del que nos habló Jesús, antes de su pasión, cuando dijo: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Mediante la gracia del sacramento del matrimonio, el amor de los esposos cristianos se convierte en el espejo del amor eterno del Señor a su Esposa, la Iglesia.

Queridos esposos, al renovar vuestras promesas matrimoniales, renovad vuestro compromiso de compartir el santo, generoso y fiel amor que Cristo ha dispensado a toda la humanidad muriendo en la cruz. Por este motivo, la renovación de vuestras promesas matrimoniales es un acto sagrado.

El sacramento del matrimonio es una fuente de gracia que, junto con la gracia de vuestro Bautismo y Confirmación, y la fuerza que os viene de la Eucaristía, os permitirá, día tras día, aceptar sacrificios por amor, permanecer fieles a pesar de cualquier dificultad, prueba y tentación, y cumplir siempre las exigencias de vuestra vocación de esposos cristianos.

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3. Por su naturaleza, el matrimonio también da origen a la familia, que es la cuna del amor en la sociedad humana. El matrimonio, la familia y la sociedad son partes, ligadas entre sí, del plan de Dios para el mundo. Como unidad base de la sociedad, a la familia le ha confiado el Creador la tarea de transmitir el don de la vida, cumplir el mandamiento: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla” (Gn 1, 28), y favorecer el crecimiento y la madurez del hombre.

Al defender el carácter sagrado del matrimonio y de la vida familiar, la Iglesia no sólo es fiel a la voluntad y al plan de Dios, sino que también produce un beneficio que la sociedad necesita en gran medida. Donde se respeta y protege el matrimonio y la familia, toda la sociedad resulta más fuerte y más humana, y se promueve mejor el bien común.

Los esposos y las familias tienen necesidad de apoyo y aliento en su esfuerzo por cumplir sus sagrados deberes. La Iglesia desea ayudar a los esposos en su intento de cumplir juntos la voluntad de Dios en su vida. Desea mostrarles los tesoros de sabiduría y fortaleza que Dios regala a quienes oran y celebran los sacramentos. Y, mediante su enseñanza y el ministerio pastoral de sus sacerdotes y religiosos, desea prestar su colaboración a las familias para que vivan de acuerdo con el plan de Dios en una gozosa comunión y ayudándose mutuamente.

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4. La Iglesia enseña que toda persona, sea hombre, mujer o niño, sin distinción de raza, sexo, religión o condición social, ha sido creada a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26-27) y tiene un valor infinito a los ojos de Dios. Por tanto, se ha de respetar la dignidad de toda persona humana, desde su concepción hasta su muerte natural. Este deber moral es muy importante hoy, ante los nuevos peligros y amenazas contra la vida humana inocente y la santidad del matrimonio. Entre esas amenazas incluyo “el abominable crimen” del aborto (Gaudium et spes, 51) y los métodos de control de nacimientos que son contrarios a la “verdad” del amor matrimonial como “don”, a través del cual el marido y la mujer se convierten en colaboradores de Dios para dar vida a una nueva persona humana (cfr. Familiaris consortio, 14).

Al obedecer el mandamiento del Señor “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12), vosotros, los cristianos de la región de los Lagos, afrontáis el reto de pensar en la situación de vuestro propio país. Los ancianos, las viudas, los minusválidos y las personas solas, ¿encuentran entre vosotros la comprensión y la ayuda que necesitan? ¿Se respeta siempre la dignidad humana de todas las personas, o se halla amenazada por prácticas de brujería, que conducen a quienes se encuentran involucrados en ellas a formas de esclavitud y de falsa adoración? Además, aunque muchos valores humanos auténticos y dignos de alabanza se encuentren asociados a las costumbres del matrimonio tradicional, como por ejemplo el “mahari”, ¿no es verdad que los excesos y abusos de esas costumbres llevan a actitudes en que se juzga la dignidad y el valor de las personas sólo por su riqueza y sus posesiones?

Todos tenemos el deber fundamental de ser un prójimo cristiano para los demás, especialmente para los pobres, los débiles, los que sufren y los marginados. Rezo para que las familias católicas de Tanzania sean siempre un luminoso ejemplo de amor y de preocupación por los demás. Abrigo la viva esperanza de que acojan, respeten y sirvan al más pequeño de sus hermanos y hermanas, pues saben que toda persona humana es un hijo de Dios en el que descubrimos a Cristo mismo (cfr. Familiaris consortio, 64).

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5. Queridos hermanos y hermanas, esta celebración del carácter sagrado de la vida humana en el matrimonio y en la familia cobra mayor significado por el hecho de que hoy se encuentran aquí algunos niños que van a acercarse por primera vez al banquete del Señor, niños que deben su vida y su educación cristiana a vosotros, los padres católicos de Tanzania. Hoy, por primera vez, estos niños recibirán la mayor de las gracias sacramentales. Al recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, su corazón se llenará del poder salvador de su amor, que se nos reveló a nosotros por su muerte en la Cruz.

Queridos jóvenes amigos, Jesús os hace este regalo precioso a vosotros porque sois miembros de su familia, la Iglesia. De vuestros padres y de vuestros maestros habéis ya aprendido a amar a Jesús. Sabéis que es el Hijo de Dios que perdona vuestros pecados y os abre las puertas del cielo. Ya que Jesús os ama tanto, amadlo también vosotros a él con todo vuestro corazón.

El Papa os pide hoy que permanezcáis siempre cerca de Jesús, junto con vuestros hermanos y hermanas de la Iglesia, hasta el día en que lo veréis cara a cara, en compañía de María, nuestra Madre, y todos los santos, en nuestra casa del cielo.

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6. En toda celebración de los sacramentos somos renovados por el amor del Padre, el amor que nos ha manifestado al enviarnos a su amado Hijo. Hoy, en esta Misa, Jesús nos hace una vez más el regalo de su Cuerpo y su Sangre, y nos repite a cada uno de nosotros: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9).

¡Permaneced en mi amor! El amor exige fidelidad. Exige perseverancia en hacer el bien. Es lo que dijo Jesús: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn 15, 10). Que el poder de este amor sea vuestro sostén y vuestro aliento, queridos esposos y padres cristianos. Que el amor del Señor Jesús os ayude también a vosotros, queridos niños, a ser siempre amigos de Jesús. Este amor, el amor fiel, es el origen del gozo, la fuente de la verdadera felicidad, tanto en la tierra como en la eternidad.

Jesús dijo: “Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado” (Jn 15, 11).

Esto es lo que Jesús desea de vosotros.

Esto es lo que la Iglesia pide para vosotros mediante las oraciones y el ministerio del Papa y de todos los obispos y sacerdotes, y mediante el ejemplo y la enseñanza de todas las religiosas y los catequistas.

Amaos unos a otros para que vuestro gozo sea colmado. Amén.

[DP-137 (1990), 192-193]